Esta vez en invierno, en vez del seiscientos rojo de mi padre fui en avión (Sevilla-Bilbao), y como la anterior, en buena compañía, distinta, pero buena también.
Esta visita tenía menos días (del 23 al 25 de enero) y más cortos, no estaba pensada como vacaciones, solo pretendía pasear por San Sebastián todo lo que las condiciones climáticas nos permitieran y disfrutar de sus pintxos.
El hotel muy bien en todos los aspectos, situación, precio, confort… (Barceló Costa Vasca, 68 € la habitación doble por noche), el subdirector nos atendió personalmente por recomendación de nuestra buena amiga Elena Moro, la recomendación nos hizo disfrutar de una habitación superior, a destacar la ducha con hidromasajes.
La hora del vuelo es esa que no te da para ir almorzado ni para almorzar a la llegada, así que la comida previa la resolvimos a base de bocatas, como si estuviéramos haciendo hueco para lo que nos esperaba.
A las 19:00, tras recorrer el paseo de la Concha desde el Palacio de Miramar, ya andábamos por la parte vieja, como la llaman allí, aunque podría llamarse “el barrio de los Pintxos” según Tito Oli.
El haber faltado a la mesa en la hora del almuerzo y el atractivo con el que se muestran las bandejas de pintxos sobre la barra de cualquiera de los bares que se suceden en la parte vieja era una mezcla difícil de vencer, a pesar de que la hora daba más para un café que para cervezas.
El primero en el que fuimos a dar fue Aralar, cualquiera diría que nos quedaba todo un fin de semana por delante, parecíamos poseídos por un espíritu infantil metiendo las manos en las bandejas o asintiendo a cuantas sugerencias nos hacía el camarero, tipo agradable y con guasa. De cuantos comimos fueron unánimes las alabanzas al “Foie plancha” y al “Taco de bonito”.
En el origen de este viaje andaba, de forma inequívoca, el turismo gastronómico, con un lugar destacado para el “Ganbara”, desde que los viéramos en el programa “Vivan los bares” de RTVE. Así que nos pusimos a buscarlo como si un sitio de peregrinación se tratara, pero sin renunciar a paradas intermedias en el camino y así fue, la siguiente en Txepetxa, ésta por recomendación de nuestro amigo Javi Lorenzo.
Txepetxa es una especie de templo de la anchoa, allí la puedes pedir de muchas maneras diferentes, pero por aquello de allá donde fueras… nos entregamos a la especialidad de la casa, ya no estábamos condicionado por el ansia y nos permitimos ser más selectivos, “antxoa con txangurro».
Para cerrar la noche, ahora sí, llegamos al Ganbara, mientras nos deleitábamos mirando la nutrida barra se nos cruzó un “Chuletón de Buey” ¿Quién ha dicho miedo?, así que le pedimos al camarero otro del mismo porte y una botella de tinto, ese fue el postre de nuestra primera tarde noche, vuelta al hotel paseando, no nos veía nada mal.
Un buen resumen de lo que ver en un fin de semana. Otro lugar que habria que anadir es la Tabakalera, que lo han convertido en un centro de cultura.